lunes, 19 de diciembre de 2011

Como el fuego mismo


Volvió a mirarme e hizo un ademán impreciso.
 - Mira, las mujeres son como el fuego, como las llamas. Algunas son como velas, luminosas e inofensivas. Algunas son como chispas, o como brasas, o como luciérnagas que perseguimos en las noches de verano. Algunas son como hogueras, un derroche de luz y de calor para una sola noche, y quieren que después las dejen en paz. Algunas son como el fuego de la chimenea: no muy espectaculares, pero por debajo tienen cálidas y rojas brasas que arden mucho tiempo. Pero dianne es como una cascada de chispas que sale de un afilado cuchillo de hierro que Dios acerca a la piedra de afilar. No puedes evitar mirar, no puedes evitar desearla. Hasta es posible que acerques una mano durante un segundo. Pero no puedes dejarla allí. Te partirá el corazón...
    La velada estaba demasiado reciente en mi memoria para que yo prestara atención a las advertencias de Deoch. Sonrreí.
-Deoch, mi corazón es mas duro que el cristal. Cuando ella lo golpee, comprobará que es fuerte como el latón al hierro, o omo una mezcla de oro y adamante. No creas que no soy consciente, que soy como un ciervo asustado que se queda paralizado al oír las cornetas de los cazadores. Es ella quien debería andarse con cuidado, porque cuando lo gopee, mi corazón producirá un sonido tan hermoso y tan claro que la hará venir hacia mí volando.

El nombre del viento, de Patrick Rothfuss

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