domingo, 29 de enero de 2012

El principio de las cosas


"Por el poder de la verdad, mientras viva, habré conquistado el universo" Fausto

Quizá todo empezó en aquel momento. Antes de que todo ardiera. Antes de que empezara a correr la sangre. Como una chispa de luz, un atisbo de supervivencia en aquel segundo trágico. Quizá empezara en el instante en el que escuché su voz. Para los que no la hayáis escuchado, os aclaro que era una voz que cortaba el aire. Aunque cada vez más, creo que en vez de una voz salvavidas, era una soga al cuello. Quizá empezara durante la refriega, en medio de aquél hambre y caos, en medio de la barbarie que supone la mera supervivencia. Pero no. Creo que todo comenzó en sus ojos. Si hay que buscar un principio es ese. No hay nada más revelador que mirarte en unos ojos que te están mirando, y no me refiero a que te observan, no, me refiero a unos ojos que te miran, que atraviesan, que indagan y toman profundidad atreviéndose a saber de ti. No hay mirada más maravillosa, más sobrehumana, ni instante más terrible, que en el que unos ojos oscuros como una noche sin luna te desarmen hasta el punto de sentirte vacío. Y no, aquí no hay orgullos, ni siquiera el ego mas férreo podría resistir el ariete que suponía una mirada como aquella. Sin dudas, y esto también es innegable, y quién diga lo contrario miente, hay miradas que matan, aunque solo sea durante un segundo. Pero aunque solo sea un segundo, es un segundo de muerte, y alguien que despierta tras morir, ve la vida de otra forma, desde otro prisma.
 Tras la mirada, tras el segundo de muerte, y tras la bocanada de aire, vino la verdad. Lo que era mi verdad, y no mi mentira que yo había adoptado como verdad. Si queréis un principio es ese. La verdad. Hay está todo comienzo, incluso todo fin. No hay nada más grande que la verdad, no hay arma más devastadora. Y mi mundo era una ilusión. Comprended a la liviana ilusión enfrentándose a la todopoderosa verdad. Comprended el desastre. Mi mundo, el que era,  en segundos hecho polvo. Y ahora, como pasado, un simple reflejo del horror que supone creer ser, sin serlo. Pero también comprended que no hubo mejor pilar que la verdad ni mejor rearme que aquella toma de consciencia, y comprended también, que si hoy soy al que buscáis por la leyenda es porque un día, y gracias a su mirada fui ruinas. Mi resurgir vino de la ceniza, y eso os sanará de algo. Tras la verdad, ardí, y nunca he vuelto a apagarme. Volé, con la verdad como mundo, mi mundo, y nunca volví a vislumbrar la ruina. No hay nada más poderoso que un hombre armado con la voluntad que ofrece saber su verdad y con las ganas, ansiosas, de luchar, de reconstruir y borrar el escombro. De ofrecer su verdad a un mundo al que engañó. Y todo gracias a sus ojos. Ojos oscuros como una noche sin luna, profundos como el océano, terribles como una tormenta. Cuán agradecido le estoy.
Ese fue mi comienzo, sus ojos.

miércoles, 11 de enero de 2012

Cronos






Dicen que somos esclavos del tiempo. Que vivimos subyugados por su tiranía, que nos asfixia y nos consume. Pero dejad que os diga algo: no es cierto. Somos dueños del tiempo, y nosotros, en aquel momento, lo éramos más que nadie. Todos soñamos con que los momentos, los buenos momentos, sean eternos, que duren para siempre. Si, somos dueños del tiempo, es una palabra ¿Y de que somos más dueños los hombres que de las palabras? Pero no somos Dioses y el tiempo empleado, pasa factura, y os aseguro, que los momentos eternos, no son tan bonitos como os los pintan, yo, lo se mejor que nadie. Veréis, a su lado, el tiempo no pesaba, era liviano como lo son las suaves brisas templadas junto al mar, cuando está entrando el verano. Estar junto a ella, era estar, pero no en esta realidad, sino en la nuestra El tiempo se estiraba, daba de si, parecía inconsumible. Pero no, eso era un contrato con letra pequeña, y al salir de nuestra realidad, a mi, ese tiempo empleado me pesaba, me pesaba como toda una vida, y es que, aquella mísera y eterna media hora creo, tal vez, no lo recuerdo, recordad que estaba en otra dimensión, pesaba como una vida. Desde luego, y sin duda, hay y ha habido personas, que han empleado mucho menos tiempo en vivir toda una vida que yo, en vivir media hora junto a ella. Y entended, que el tiempo, al igual que los contratos, aún muy nuestros que sean, se extinguen, y que el nuestro lo hizo. Habrá personas que lo entendáis, que comprendáis mis palabras, pues habéis tenido la fortuna, o el infortunio, según por donde se mire, de encontrar a una persona con la que quemar la mecha del tiempo, eso tan nuestro. Y a otros, os parecerá todo lo contrario, pues no habéis tenido esa dicha. Ridículo, increíble, si. Pero así es la vida de caprichosa y así de autodestructivos somos los humanos.

lunes, 9 de enero de 2012

La voz dormida





Y así sucedió. Salvó la vida. Sangró, pero sobrevivió. Y eso es lo importante. En momentos de crisis, poco importan las consecuencias, al menos, no se te ocurren consecuencias, solo quieres salvar el pellejo. Y hoy lo comprendo. Todos tenemos una voz interior, en lo mas profundo, escondida y a buen recaudo para no malograrse con la clase de moralidad que estorba, cuando la situación se tercia y demanda mancharse las manos y a veces, más que las manos. Todos tenemos esa voz, esa ira guardada, como una fiera enjaulada, salvaje, que espera a ser desatada. Esa ira creciente, exacerbada, imparable. Esa clase de ira que tiene la planta que acaba de salir de la semilla y no permite que la tierra la pare en su búsqueda de la luz. Esa clase de ira que tiene el pollo que lucha por romper su cascaron y tomar su vida. Imaginaos una voz dormida, una voz que siendo voz no pronuncia palabra alguna, a la que han callado y vendado la boca, una voz que apagada, se mantiene ardiendo en su interior, acumulando energía. Imaginaos esa voz al ser liberada, imaginaos su fuego al arder. Imaginaos su ira. Cuanto poder...

lunes, 2 de enero de 2012

Agujeros negros (2)

De fondo, Endless flight de Gstavo Santaolalla

Hay muchos tipos de personas. A cada cual mas singular. Cada una de ellas con sus perfecciones, sus imperfecciones, con su grandeza. Hay personas que son como la hierva, que crece fresca y verde, pero que no se levanta más de un palmo del suelo. Las hay en abundancia, y su presencia resulta cómoda, apacible, pero nada más. Hay personas que son como cómo arbustos. Frondosos, llenos de ramas, bien afianzados en la tierra, pero con apenas tallo. Hay otras, que sin embargo, son como árboles. Se alzan sin que nada se interponga en su camino, grandes, majestuosos. Pero, hay otras, que se alejan de lo mundanamente terrenal. Salen de la espesura del bosque. De la abundancia, y se alzan en el cielo para tener su propio espacio. Su pequeña parcela de atención. Y así, las hay como estrellas, luminosas, incandescentes, lejanas.
Pero, existen personas, que están un plano por encima. No se conforman con quebrar la tierra y alzarse contra la voluntad de la gravedad. No se conforman con ser una estrella, aunque fueran la única en el firmamento. Tal vez no está en su naturaleza la conformidad, y que por sus venas en vez de sangre, circule grandeza.
Hay personas que son como agujeros negros; con su presencia, generan tal campo de gravedad que absorben cualquier partícula material, tal que ni los fotones de la luz pueden escapar de su región. Y ella, sin dudas, era un agujero negro.
Al abrir las puertas, absorbió todo lo que se encontraba a su alrededor, e hizo que giraran en torno a ella. La luz, también fue de su propiedad. Ya podría a verse encontrado en medio de la más tupida galaxia, rodeada de estrellas, que aun así, la atención abría seguido siendo suya. No había nada a su alrededor. Comprended que no podía haber nada. No al menos, que no girara en torno a ella. Comprended también, y con la lógica aplastante de lo ya mencionado en la mano, de que yo fui absorbido, que yo fui una pequeña porción de materia atraída por su densidad, y que aun hoy, sigo luchando por escapar de ella. Y entended también, y esto es lo mas terrible, que no puedo escapar. Vosotros tampoco podríais. No al menos si tenéis un corazón bajo el pecho. Se que no me entendéis, se que todo esto os puede resultar exacerbado, absurdo e incoherente. Pero claro, que sabe la hierva de agujeros negros.

domingo, 1 de enero de 2012

Agujeros negros

Os hablaré de ella, y de mi cobardía.
La noche era suya y el suelo, al andar, también lo convertía en su propiedad. El silencio y las miradas también le pertenecían. Ella exhalaba grandeza, sin duda esa noche era un ser superior, y lo sabia. Caminaba entre la gente tal y como andaría un Dios si andase entre mortales. Os hablaré de sus ojos, ojos como agujeros negros, profundos como pozos, secretos, inmutables. Estos conformaban una mirada terrible, mirada que te hacia arder al mínimo contacto visual como si fueras un insignificante muñeco de paja. Os hablaré de sus curvas, de sus caderas vertiginosas, de sus piernas, firmes como columnas de mármol de Carrara pero que aún así fluían al moverse como lo aria una rama si fuera mecida por el viento. Sin lugar a dudas eran piernas hechas para llevar tacones. Os hablaré de su pelo y de cómo bailaba al son de la brisa. Os hablaré también de su boca, oh sus labios. Tened por seguro que si esos labios hubieran nacido siglos atrás existirían cientos de cantares elogiando como al pronunciar palabras robaba almas, de cómo los caballeros emprendían cruzadas para conquistar esa tierra santa, de cómo las piedras soñaban con bersarlos. Os hablare de cómo parecía inconquistable, lejana, ignífuga, y de cómo se rendía y entregaba a aduladores de una noche. Os hablaré de cómo los ángeles abrían descendido los cielos para adentrarse en el infierno y raptarla.
Y por ultimo, como dije, os hablaré de mi cobardía, pero que os quede claro antes que nada que la cobardía ante su presencia era un acto reflejo. Os hablaré de cómo me reduje al cero con su mirada, de cómo mi corazón se asfixió y de cómo mi voluntad quedó aplacada, sumisa y mansa. De cómo me sentí pequeño ante su simple presencia. Y de cómo, hoy, al tomar consciencia, habría sangrado por hechar abajo a sus muros, de cómo habría apagado su fuego, de cómo me abría sumergido en los pozos de su mirada y de cómo habría hecho míos esos labios.