Dicen que somos esclavos del tiempo. Que vivimos subyugados por su tiranía, que nos asfixia y nos consume. Pero dejad que os diga algo: no es cierto. Somos dueños del tiempo, y nosotros, en aquel momento, lo éramos más que nadie. Todos soñamos con que los momentos, los buenos momentos, sean eternos, que duren para siempre. Si, somos dueños del tiempo, es una palabra ¿Y de que somos más dueños los hombres que de las palabras? Pero no somos Dioses y el tiempo empleado, pasa factura, y os aseguro, que los momentos eternos, no son tan bonitos como os los pintan, yo, lo se mejor que nadie. Veréis, a su lado, el tiempo no pesaba, era liviano como lo son las suaves brisas templadas junto al mar, cuando está entrando el verano. Estar junto a ella, era estar, pero no en esta realidad, sino en la nuestra El tiempo se estiraba, daba de si, parecía inconsumible. Pero no, eso era un contrato con letra pequeña, y al salir de nuestra realidad, a mi, ese tiempo empleado me pesaba, me pesaba como toda una vida, y es que, aquella mísera y eterna media hora creo, tal vez, no lo recuerdo, recordad que estaba en otra dimensión, pesaba como una vida. Desde luego, y sin duda, hay y ha habido personas, que han empleado mucho menos tiempo en vivir toda una vida que yo, en vivir media hora junto a ella. Y entended, que el tiempo, al igual que los contratos, aún muy nuestros que sean, se extinguen, y que el nuestro lo hizo. Habrá personas que lo entendáis, que comprendáis mis palabras, pues habéis tenido la fortuna, o el infortunio, según por donde se mire, de encontrar a una persona con la que quemar la mecha del tiempo, eso tan nuestro. Y a otros, os parecerá todo lo contrario, pues no habéis tenido esa dicha. Ridículo, increíble, si. Pero así es la vida de caprichosa y así de autodestructivos somos los humanos.
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