Os hablaré de ella, y de mi cobardía.
La noche era suya y el suelo, al andar, también lo convertía en su propiedad. El silencio y las miradas también le pertenecían. Ella exhalaba grandeza, sin duda esa noche era un ser superior, y lo sabia. Caminaba entre la gente tal y como andaría un Dios si andase entre mortales. Os hablaré de sus ojos, ojos como agujeros negros, profundos como pozos, secretos, inmutables. Estos conformaban una mirada terrible, mirada que te hacia arder al mínimo contacto visual como si fueras un insignificante muñeco de paja. Os hablaré de sus curvas, de sus caderas vertiginosas, de sus piernas, firmes como columnas de mármol de Carrara pero que aún así fluían al moverse como lo aria una rama si fuera mecida por el viento. Sin lugar a dudas eran piernas hechas para llevar tacones. Os hablaré de su pelo y de cómo bailaba al son de la brisa. Os hablaré también de su boca, oh sus labios. Tened por seguro que si esos labios hubieran nacido siglos atrás existirían cientos de cantares elogiando como al pronunciar palabras robaba almas, de cómo los caballeros emprendían cruzadas para conquistar esa tierra santa, de cómo las piedras soñaban con bersarlos. Os hablare de cómo parecía inconquistable, lejana, ignífuga, y de cómo se rendía y entregaba a aduladores de una noche. Os hablaré de cómo los ángeles abrían descendido los cielos para adentrarse en el infierno y raptarla.
Y por ultimo, como dije, os hablaré de mi cobardía, pero que os quede claro antes que nada que la cobardía ante su presencia era un acto reflejo. Os hablaré de cómo me reduje al cero con su mirada, de cómo mi corazón se asfixió y de cómo mi voluntad quedó aplacada, sumisa y mansa. De cómo me sentí pequeño ante su simple presencia. Y de cómo, hoy, al tomar consciencia, habría sangrado por hechar abajo a sus muros, de cómo habría apagado su fuego, de cómo me abría sumergido en los pozos de su mirada y de cómo habría hecho míos esos labios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario